jueves, 9 de abril de 2009

El teatro y la peste. Antonin Artaud

El teatro y la peste

Luego de la peste…

… los pulmones y el cerebro afectado ennegrecen y se gangrenan. Los pulmones. Ablandados, caen en láminas de una desconocida materia negra: el cerebro se funde, se encoge, se deshace en una especie de negro polvo de carbón.
De este hecho cabe inferir dos observaciones importantes: la primera, que en el síndrome de la peste no hay a veces gangrena del cerebro o los pulmones, que el apestado está perdido aunque no se le pudra ningún miembro. Sin subestimar la naturaleza de la peste, podemos decir que el organismo no necesita de la presencia de una gangrena localizada y física para decidirse a morir.
Segunda observación: los únicos órganos que la peste ataca y daña realmente, le cerebro y los pulmones, dependen directamente de la conciencia y de la voluntad. Podemos dejar de respirar o pensar, podemos apresurar la respiración, alterar su ritmo, hacerla conciente o inconciente, introducir un equilibrio entre los dos modos de respiración: el automático, gobernado por el gran simpático, y el otro, gobernado pro los reflejos el cerebro, que hemos hecho otras vez conscientes.
Podemos igualmente apresurar, moderar el pensamiento, darle un ritmo arbitrario. Podemos regular el juego inconsciente del espíritu. No podemos gobernar el hígado que filtra los humores, ni el corazón y las arterias que redistribuyen la sangre, ni intervenir en la digestión, ni detener o precipitar la eliminación de materias en el intestino. La peste parece pues manifestarse presencia afectando los lugares del cuerpo, los particulares puntos físicos donde pueden manifestarse, o están a punto de manifestarse, la voluntad humana, el pensamiento y la conciencia.

De esto surge la fisonomía espiritual de un mal con leyes que no pueden precisarse científicamente… con tales rarezas, misterios, contradicciones y síntomas hemos de comprender la fisonomía espiritual de un mal que socava el organismo y la vida hasta el desgarramiento y el espasmo, como un dolor que al crecer y ahondarse multiplica sus recursos y vías en todos los niveles de la sensibilidad.

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